El puesto es sinónimo de caza a la migratoria.
Ha de ser casi mimético, realizado con cuidado, observando los ángulos de tiro y aquellos claros por los cuales el cazador puede ser detectado gracias a la excelente vista de la paloma.
El puesto natural, se debe construir con antelación, dejando a la paloma que se acostumbre a su presencia. Para este fin, utilizar vegetación del lugar es algo casi imprescindible.
La estampa de las mañanas de caza en esta modalidad, nos ofrece un paisaje de invierno, frío y, generalmente, denso de niebla. En la opinión y la experiencia de cada uno, está el pensar, si esta circunstancia es propicia, o no, para la entrada de la torcaz.
Las tareas del buen cimbelero, han de ser minuciosas y meticulosamente comprobadas para que la horgadera de copa realice a la perfección su labor de balancín.
Seguramente la subida de la Horgadera, con la pértiga de elevación ahorra en gran medida el tener que alzar a la copa de la encina, disminuyendo al cazador el riesgo de posibles caídas.
La situación en la copa deberá observarse en la distancia, para comprobar así que la pértiga no sobresalga del árbol, intentando que quede mimetizada entre las ramas y hojas de la encina.
Otro de los complementos indispensables del cimbelero son las palomas de llamada, encaperuzadas, o como se le denominan últimamente, Palomos Ciegos. Estos palomos son realmente un atractivo de gran eficacia a la hora de querer bajar los bandos de torcaces.
Un buen cazador, aprovecha cada torcaz para colocarla en el suelo en forma de cimbel, bajo los mismos chaparros donde se encuentran los engaños. De esta manera, se recrea la escena de un bando que simula comer frente al puesto. Realmente, quedar a la espera de que cimbelero y cimbel hagan bien su trabajo y lancen a pico el paso de migratorias, es una de las experiencias más emocionantes y satisfactorias que puede dar la caza.
No te pierdas este documental «Aprendiendo el Arte del Cimbel« en el que podrás entender mejor esta modalidad de caza menor.