Como cazadores, llegamos a África con la clara percepción de que todos los animales salvajes saben adaptarse a las constantes evoluciones de sus circunstancias y que éstas cambian constantemente, por ello nos emociona saber que la caza en África es siempre una gran aventura.
Sin duda estos paisajes sobrecogedores nos sugestionan de tal manera, que nos sentimos realmente aislados del resto del mundo, algo que nos hace creer que aún existen lugares inexplorados en este África del siglo XXI.
A pesar de ser una orografía ondulante, salpicada por sucesivas colinas la mayoría de los animales allí presentes los podemos catalogar como especies de planicie por lo que la vista es un sentido especialmente agudo, en cebras, impalas, hartebbest, blesbuks y jirafas. Estas últimas protagonistas de excepción de nuestra primera estrategia de aproximación sobre el mítico blesbuck.
Empezamos a mover ficha en el tablero de ajedrez del juego de la caza, el gran número de animales que pacen tranquilamente junto a nuestra pretendida manada de “Damaliscus” añade un valor a la dificultad y un aliciente para el cazador con verdaderas intenciones cinegéticas y deportivas, que a pesar de los avances tecnológicos en materia de armas, óptica y munición deberá trazar una estrategia bien definida de cara a abatir la pieza seleccionada.
En África el número hace la defensa, por lo que un mayor número de animales observando y escuchando supone realmente una dificultad a considerar.
Podemos asegurar que disfrutamos plenamente de la escena que prácticamente cazamos a tientas, como jugando al escondite entre un sinfín de pasillos y claros de vegetación, esperando localizar nuestro animal antes de que pudiera sentir u oír nuestra presencia.
A veces, no nos atrevíamos a salir al claro y esperábamos hasta 10 minutos antes de estar seguros de que no se encontraba tras cualquier matorral delante de nosotros.
Realmente estábamos recechando un animal del que sabíamos su presencia a unos pocos metros de nosotros, ¡pero…. no donde!